sábado, 18 de julio de 2015

DE MI LIBRO DE CUENTOS

                                   LA TAROTISTA

  Estiré todo lo más que pude  brazos y  piernas para desanudar los músculos agarrotados. Qué digo ¡Hechos polvo! Así es como quedo día tras día, luego de mi difícil tarea. Y hoy me han dado duro. Siempre es así, cuando entramos en luna llena. La mayoría de las llamadas, son por el mismo tema. ¿Volverá? ¿Me abandonará por otra? ¿Aún me ama? Como si yo tuviera la varita mágica. La gente llama todo el tiempo preguntando por el mañana, cuando ni siquiera se hace cargo del hoy. Cada tanto me rayo y quiero tirar el laburo a la basura. Bueno, quizás me he tomado muy en serio esto de tirar las cartas.
 Me llamo Matiz, mejor dicho, es el nombre que me puse cuando decidí tirar el tarot, perseguida por  urgencias económicas. Sé, que el boca a boca me ha dado fama de clarividente. ¡Y lo soy! Pero ahora, tengo la necesidad de alejarme por un tiempo, salir y divertirme un poco. Aún soy joven y estoy sola. Demasiado, desde mi ruptura con Anglés. ¡Demasiado!
  ¡Uy! El timbre del móvil me recuerda de pronto, que olvidé  apagarlo.
―Lo siento―contesto con voz amable pero soñolienta―ya es muy tarde y he terminado por hoy.
  La voz del hombre suena tan insistente, que no lo puedo evitar. En el fondo poseo el costado necesario del número ocho. La carta de  La Justicia: Resolución de situaciones adversas. Iré. Necesito el dinero y a domicilio la tarifa es más que interesante. A medianoche, cuando el reloj toque las doce campanadas. 
  El primer impulso que me asalta al traspasar la puerta del boliche, es volverme por donde  entré. Con toda seguridad, me he equivocado. Doy media vuelta y enfilo para la salida, cuando el rutilante  acorde del bandoneón me pega de lleno. Y si hay algo que  no he podido resistir jamás  es precisamente eso: un ambiente de tango. ¡Pura genética milonguera! ¡Al diablo con el trabajo! Mañana volverá a llamar.
―Puedes sentarte donde quieras-me dice la chica -Pero si quieres bailar, es mejor que te ubiques en aquella esquina, cerca del  bar. Por ahí pasan todos para fumarse un pucho y tomarse un trago. Así pueden ficharte mejor.
Enfilo  para el  sitio marcado. El hecho de estar siempre detrás de un auricular ha acrecentado mi timidez. Quizás sea esta la oportunidad de perderla.
―¿Que vas a beber?- me pregunta el hombre, detrás del mostrador.
  Lo miro y lo recorro de arriba abajo, de un rápido pestañeo. Sin ser muy guapo, tiene esa pinta inconfundible del potro nacido en las praderas salvajes. Y  no atino a mover la lengua.
―Perdón ¿te sirvo algo?- insiste con voz viviente.
Iba a pedir una ginebra con soda o algo así, pero siento una docena de ojos clavados en mi nuca. Por un momento olvidé que para ser bien vista en las milongas, las mujeres no debíamos comportarnos como hombres.
―Sí, una cerveza sin alcohol... ¡por favor!
   No siempre me siento donde termina el salón, por lo general huyo de los rincones.  Sin embargo éste tiene sus ventajas. La  perspectiva que me ofrece, es inmejorable. Desde éste ángulo, puedo relojear con placer, al elemento masculino. No sólo por sus físicos, movimientos o estrategias, sino -y esto es lo que más me divierte-por esa histeria que corre en estos ambientes tangueros, como por ejemplo la del petiso, quien haciendo ostentación  de su legítima virilidad  de argentino, hojea en un abrir y cerrar de ojos a la concurrencia femenina, para luego cabecear a modo de invitación a la mina platinada de escote generoso. Ésta se levanta con ímpetu, pasa por su lado, da un giro a su alrededor y cae en los brazos... de otro. El petiso da media vuelta y mira ahora a los presentes de soslayo, luego con ojos que amartillan el bochorno, se acerca a mi mesa y con ese siseo que caracteriza a la clase porteña me dice:
―Hace rato que te miro ¿Bailamos?      
  No me gusta despreciar a nadie y mucho menos si pienso volver en otro momento.
  El hombre mueve los pies con  destreza de coleccionista, al ritmo inconfundible de Malena. Y yo sigo, como una feligresa sus pasos. Nada del otro mundo, sólo eso, un tango bailado con buena técnica que mamé  en los suburbios a muy temprana edad.  ¡Eso y nada más!
“Malena canta el tango, como ning...  de pronto un inoportuno llamado telefónico, invade mis tímpanos. Y si hay algo que no me banco, es que algún irresponsable apabulle los acordes de tan bella música con un ruido tan vulgar. Y justo bailamos  enfrente de mi mesa. Por eso reconozco el inconfundible sonido, que no es otro que el de... ¡mi móvil!  No sé si es ese maldito sentido del deber, o la vanidad de saberme imprescindible lo que me lleva a desprenderme con brusquedad de mi acompañante y  lanzarme a la aventura de atender el llamado.  Es la misma voz del hombre que me ha citado para una tirada de tarot, cuando toquen las doce campanadas.
―Te estoy esperando aún, ¿vendrás?
  Iba a contestar como se lo merecía, cuando agudizo el oído y percibo detrás de su voz el chamuyo propio de un boliche de tango y una voz conocida cantando  “Malena...                              
Y levanto la cabeza y lo veo ahí detrás del mostrador parado con su móvil pegado a la oreja Y él, que acaba de adivinar también lo que ha pasado, me mira, me sonríe  y me hace señas para que me acerque. Y avanzo, dejando al petiso herido de muerte, convencida de que a veces  los Dioses juegan a los dados con el  destino de los mortales.
  Un poco confundida aún, despliego los  arcanos mayores sobre la mesa. Detrás de las gafas, un par de ojos fisgonean mis manos que se mueven con rapidez.  La Emperatriz junto a Los enamorados El carro, y La rueda de la fortuna.
―Mejor tirada no podía ser. Los astros te protegen y  tienes un futuro más que brillante en los negocios...
―Eso ya lo sé. Mi boliche marcha bien. Ya lo ves Te he llamado porque hace exactamente un año, una bruja me vaticinó que conocería a la mujer de mis sueños y aún  la estoy esperando. Sólo quiero saber si no me ha mentido.
 Esta vez no soy yo. Es la sabiduría del bandoneón la que me susurra la respuesta al oído.
 Miro las cartas una vez más, como para cerciorarme de la respuesta que he de dar y le digo:
―Pues... te ha dicho la verdad. Esta misma noche la conocerás. Esta noche-repito-A eso de la una de la mañana.
El hombre, mira con ojos de macho entero, el reloj de pared, luego me toma de la mano y me dice: 
―Faltan sólo dos minutos para ésa hora ¿Bailamos?
Los acordes de “Adiós Nonino” despliegan todo su esplendor y crecen hasta poblar por completo el salón. Y todo estalla cuando él me aprieta la cintura con su brazo. ¡Y volamos! ¡Volamos!
Pucha digo ¡Lástima! Es la primera vez que consigo ver mi futuro a  través  de las vibraciones de un consultante. De haber sabido que iba a conocer al amor de mi vida, hubiera venido con los zapatos de taco aguja y la falda ajustada de tajo. ¡Una verdadera lástima!    ©       

LA CARA DE LA ESPERANZA

                          

La mujer de unos cuarenta y tantos años, viste con ropas oscuras desde hace ya muchos días. Sus cabellos, se pegotean alrededor del rostro de piedra de cuyos ojos centellean manchones inertes. Tiembla. Lleva ya varios días sin Internet, ni teléfono. Sabe que ni los gritos de auxilio ni las lágrimas fugitivas de la madrugada de nada le servirán. Después de la pandemia de un virus mortal solo ella ha quedado en el mundo. Sin embargo alguien llama a su puerta... Un escuálido gemido brota de su garganta cuando la abre. Una gigantesca y negra cucaracha se inclina ante ella, como salida de un macabro dibujo.
―Permiso, ¿puedo entrar?
―No, ¡Por Dios que asco! ―¿Qué esperabas, el príncipe consorte?
La cucaracha, que ha ganado el comedor y parece sentirse realmente a sus anchas, se apoltrona en un sillón que se encuentra frente al televisor y se dispone a devorar algunos restos de comida.
― ¡Basura! eso es lo que comes ¡basura!
― Lo mismo que comerás tú dentro de poco.
Ella no duda un instante. Toma la escopeta de caza de arriba de la chimenea y apunta con firmeza, para liquidar al asqueroso bicho...
― ¡Cucaracha y basta!
― ¡Cucaracho!, me llamo Joseph.
La mujer baja el arma mortal. No se había dado cuenta que el bicho traía ojos de gente.
―Y además, puedo serte útil.
―Útil, suena ridículo en estas circunstancias y viniendo de quién viene.
―Por más que te esfuerces en negarlo tendrás que convenir conmigo, que nos necesitamos y mírate un poco... luces mal, ¿Eh? ¡Realmente desastrosa!
― No necesito tu crítica destructiva ¿eh? Dadas las circunstancias ¿cómo quieres que luzca?
― Ni aún así deberías descuidar tu belleza.
―¿Para qué? ¿Para quién? Las poblaciones del mundo se han consumido y ya no queda nadie.
―Hija cómprate unas gafas. El mundo siempre tiene dos caras ¿comprendes?
― ¡No! ¿Qué tengo que comprender?
―Se ha dado vuelta niña y giramos en sentido contrario, ves tus pies deberían de estar exactamente donde está tu cabeza Fíjate el planeta se ha salido de su eje. La fuerza centrífuga del egoísmo, la codicia y la soberbia nos ha arrastrado hacia la zona de los temores. La otra cara, la de la esperanza, ha quedado del otro lado.
Tampoco había notado la mujer que aquél bicho tenía voz aristotélica.
―¿Por qué he de creerte?
― ¿Conoces a alguien más que pueda decirte otra cosa?
― ¡No eres más que un mísero insecto!
―Eh ¿Que dices? No creas que estoy exento de derechos. Después de todo, nuestra especie ha probado su total resistencia ante las inclemencias climáticas y a las guerras por los siglos de los siglos ¡No te fastidia! En cambio el hombre tiene puestos sus gozos en juegos tenebrosos que lo destruyen todo―contestó picado Joseph.
―¡Ah! lo dices bicho asqueroso, porque sabes que todo lo que he tenido, jamás lo volveré a tener.
―Bah... ¿Y que tuviste? y ¿qué volverás a tener? No debería importarte considerando que ése es un pensamiento muy a lo humanoide. Además vivimos en el presente, no figura en ningún haber ni el pasado ni el futuro, es ahora, en este mismo instante que es toda una vida ¡ahora! Basta de charla, vete a maquillar un poco que daremos un paseo.
La cucaracha se pone de pié y da unos pasos. La mujer nota que su caminar se ha hecho más platónico.
«Qué puedo perder»―piensa la mujer y se muda de ropa, lava su cara, cepilla el engrudado cabello y pone sobre sus labios carmín algo rojizo. Cuando está lista, Joseph la sube sobre su lomo y la lleva a recorrer el mundo. Pero como está al revés tienen que trepar por paredes de piedra, puertas cerradas y muros macizos. Sobre el horizonte emerge el otro mundo. Detrás de su línea, brotan pinceladas de verdes muy verdes, cada vez más cercanos. A lo lejos, un gentío se balancea, sobre el lomo de otras cucarachas.
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                                CIELO AZUL



Un hombre no hallaba las llaves del cielo. Buscó y buscó, pero solo encontró en su camino calles asediadas de sombríos atardeceres. Desalentado, lloró su impotencia. El árbol que lo miraba desde lo alto, rompió el silencio y le dijo:
―Tu pequeña existencia carece de fe.
 ―Hablas así porque es fácil divisar todo desde arriba, Desearía ser árbol para encontrar lo que busco.
 ―Puesto que tu deseo es fuerte ―dijo el árbol―haremos el cambio. Pero debo advertirte que sólo será por un día, teniendo en cuenta que cada momento de la vida es precioso. Y así el hombre pasó a ser árbol y el árbol hombre. A punto de extinguirse el plazo, el hombre que había sido árbol dijo:
―Tu tiempo se termina y aún no has encontrado lo que tanto buscas.
 ― ¿Cómo podría? Ha llovido toda la noche y he sentido en mi tronco el dolor de su fijeza.
 ― ¿Has visto el río?
 ―No he visto el río.
 ―Veo que tu horizonte se ha empequeñecido.
 ―Has contribuido a que así sea. Mis ojos buscan llaves que abren puertas y sólo encuentro a la naturaleza enrejada por la avaricia...
 ―Entonces ni te has fijado en el río...
 ―Ya te he dicho que no lo he visto.
 ―Te lo pierdes. Desde ese punto puedes ―si quieres―ver como el río ha carcomido las rejas dejando al descubierto orillas florecientes. 
―No pretenderás ahora que busque las llaves dentro de sus fingidas aguas.
 ―¡Aaah! el río... -exclamó el hombre árbol.
 ―Sólo he visto al hombre enflaquecido de esperanzas, transitar por donde la arbitrariedad de los edificios se pierde dentro de caminos invisibles―contestó enojado el árbol hombre.
  ―Si hubieras visto el río-―se burló el hombre árbol―sabrías, que el agua refleja un cielo aún más azul, desprovisto de cerrojos.
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