HÉROES Y VILLANOS


HÉROES Y VILLANOS
Estela Lo Celso

A mí las historietas de los comics me ensueñan ¿Y a ti?  Todos esos dibujos moviéndose mientras cosen fantasías casi siempre intrigantes, que despliegan las utopías secretas de los comics.
  Tengo la afable o dañina costumbre de valerme de mi dedo índice para seguir las leyendas de cada viñeta, que a veces como ésta, despiden rayos de colores, dándole un aire de realismo a la  historia.
    El pensamiento del protagonista está clavado en la probable huída de la cárcel, lugar que no siempre alberga a delincuentes corrompidos por miserias humanas. Digo no siempre porque nuestro hombre de cara angulosa, ojos bien saltones labios delineados y abundante cabellera no es ni más ni menos que un héroe. Un héroe de pavimento, de esos que sobreviven a guerras globalizadas y cataclismos. El traidor que lo acecha, antiguo empleado suyo ladino y codicioso, ha logrado robarle la muchacha―de contornos más que voluptuosos―cantándole con probada maestría, serenatas al son de su guitarra. Una noche de luna entrecortada, el traidor sorprendido “in fraganti” por el héroe, avanza con su guitarra a todo galope hacia el objetivo anticipado. Pero el accionar de un héroe es mucho más veloz que cualquier lengua. De un certero golpe de puño logró rasgar su ropa, tajear su cara, romper sus costillas y acostar al traidor, que lo único que atinó fue, a salvar la guitarra. Y nada más que por esa minucia, el héroe fue encarcelado.
Sin embargo, los traidores son duros de extinguirse. En su brutal encierro, nuestro hombre supo que la muchacha seguía arrobada por caprichosas serenatas.
Los pensamientos de los héroes no albergan venganzas. Sólo justicia. En un abrir y cerrar de noche elucubró un plan para largarse. Solo bastaría con la  imperceptible lima  oculta dentro de su bota.
Libre al fin, nuestro hombre avanza y medita unos instantes. Ningún héroe acude a un duelo desarmado. Luego que hubo comprado el valioso instrumento que le serviría para rescatar a su muchacha de las garras del villano, camina presuroso y decidido, mientras saborea de antemano su ya certera victoria.
Aparece justito cuando el traidor cinturea y besa con probada pasión a la  muchacha. De un salto de gato montés se ubica debajo de la luz más potente y saca la guitarra, que le cruza el pecho en bandolera, para luego tocar con vigor de héroe. Como las aspas de un molino, sus dedos logran hacer escupir a la guitarra  desgarradoras melodías. El villano –preparado para los retos- deja en un rincón a la muchacha y toma el arma mortal que descansa apoyada sobre el asiento de su Harley último modelo le quita la gamuza protectora y sin siquiera levantarla de su sitio de un certero movimiento contesta en el acto. Pulsa la primera nota de un órgano con sonido a violines y trompetas. Durante un buen rato se arma un verdadero contrapunto,  principiado por el héroe y contestado por el traidor. Cada instante es un desgarro más fuerte y un tramo más arriba. El héroe ahora parado en el último  escalón de una larga, larga escalera lanza al firmamento un puñado de  do, do re, re , mi ,mi, sol, sol ... que suenan prometedores.
La muchacha mientras tanto, sigue azorada, el ruido ensordecedor  de realidades lejanas.
No dura mucho el duelo,  porque el villano veterano de resabios y traiciones, ha  puesto en funcionamiento la orquesta completa del maldito instrumento, para luego deslizar con precisión milimétrica algunas acordes musicales, no conocidas por nadie en esos parajes tú, tú, tú,  nos, nos, nos, mientras hace resonar el tintineo sabroso de dos anillos que brillan bajo las luces de la farola.
De pronto nuestro héroe divisa en los ojos de la muchacha un amor insoportable y rotundo por el villano y comprende en el acto que en cuestiones de armamentos siempre gana quien elige la que mejor centellee.
Los héroes de tanto sobrevivir a guerras globalizadas y cataclismos, saben de sobra que a la vuelta de la esquina siempre aparecerá una aventura protagonizada por otra muchacha. Por eso silencioso y sin prisa, recoge su guitarra y se interna por los  laberintos del regreso. Al hacerlo equivoca el camino –aunque confieso que nunca sabré si lo hizo  para burlarse de mi ingenuidad o de puro distraído- y enseguida un minúsculo puntito aparece sobre mi dedo. Un minúsculo puntito que se mueve con notable vigor. Visto de cerca y a través de una lupa, noto piernas y brazos que se agitan y una sonrisa por demás de encantadora. Jugueteo haciéndolo rodar de un lado a otro. Lo dejo hacer. Me invade un saludable cosquilleo. Lo cierto es que recorre mi dedo, camina luego por mi brazo, se interna entre mis pechos, baja a mi ombligo y se aloja definitivamente en mi pubis mientras deja a su paso un concierto de notas la, la  si, si, tú, tú, tú...
Desde entonces que lo escucho, como una impúdica melodía, que sólo cantan los héroes en noches desoladas.       

  ©                                                                                                              
              


 

 
 


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